Celeste Diéguez sobre Conspiración de perlas que trasmigran, de Ana Claudia Díaz




De la  profundidad y la superficie
sobre Conspitación de perlas que trasmigran, de Ana Claudia Díaz
zindo & gafuri, 2013




Las perlas naturales se forman cuando un cuerpo extraño penetra al interior del molusco, el cual reacciona cubriéndolo lentamente con una mezcla de cristales. Al cabo de un periodo variable la partícula termina cubierta por una o más capas de nácar; formando una perla.


Este libro de Ana Claudia Díaz  puede leerse como  el viaje estético de un  humor solidificado,   lagrima vuelta joya desde  lo recóndito de la herida  hacia  la luz, travesía hacia un tiempo  o  un espacio- cuerpo  diferente, de lo profundo a la superficie, de lo  mismo hacia lo  otro, hacia otra formación  luminosa y bella: “brillos para ocultar la molusca herida que me condena. La cicatriz, la espina invernal”.
Siendo la perla ese sedimento  interior, ocasionado  por la fuerza de lo externo   ; es el poema lo que cae  rodando tornasolado hasta quedar  expuesto a la luz, fuera de su refugio:   “adivinar lo que se juzga oculto/ sembrado ya / el tiempo para interrumpir cosecha/y busca atravesarse en la palabra”
Lo interno  y todas las  figuras del adentro , aquello que debe ser resguardado de la intemperie, del contacto, aquello que recibió  alguna vez  la herida, aquello que gestó el artificio de defensa; lo externo y  todo lo que es  el afuera, cuya superficie máxima y mínima de contacto es la piel, lo que veo del otro, lo que el otro ve de mí, lo que me separa del mundo, lo que me comunica con él; estos  son los dos mundos que organizan el texto :  dentro,  fuera  y  “la palabra puente” tendida  a través del amor y  del deseo.
El epígrafe de Elif- Ha,  sigue este recorrido:"como si no fuera/a traerte desde esta caverna/latiendo afuera”. Pero  “  la piel /desnuda al héroe siempre en la fuga” y   simultáneo al deseo aparecerá  el temor a esa  “desnudez arenada y mansa”, a la ausencia de la valva que envuelve  la  fragilidad blanquecina,    el  miedo crudo al  sol; y  el horror  a exhibirse  , a quedar dentro de la luz.
La voz poética acusa la herida : “vahído arisco que convierte al caracol en un refugio”  ; se resguarda de los movimientos no controlados, “ el espacio que ocupa mi cuerpo en el agua/es como un dique de defensa contra el oleaje/contra el fondo de sal o el espasmo” ;  se protege  envolviéndose en sus  “vestidos bilingües”;  el idioma del mundo  repleto de imágenes, colores y especies ; diferencias  y distracciones que se superponen , y esa otra  lengua íntima de  animal viscoso e indefenso,   el  ”rumor que nos habita”,   la discreta belleza  interior  de ”las maravillosas algas pardas/ sus almas”.  Pero este espacio de reclusión opera también como caja sonora, donde las “palabras que quedan resonando y se repiten contra la pared”   duplican los “trazos mundanos” del otro lugar deseado y temido:”  Y todo es eco. / O  todo se dice en otra parte”. Desde ese  interior profundo sale el poema.
  En el  libro abundan  las formas  naturales que repiten el concepto de lo acaracolado “el mundo es un pozo caracol” , lo que se vuelve sobre sí, el espiral ,el ovillo,  la hélice, “todo lo que se enrosca tienen forma de hélice” , el remolino , lo femenino por definición ;  “el camino repleto de piñas” que conduce hacia adentro.  Aparecen  otros  animales  marinos acorazados:”el cangrejo que vela con su armadura mi destino” o esas  tortugas inmensas “con la agilidad de un niño” y  proliferan envoltorios y cáscaras , velos y pliegues: “yo, me protejo en los  pliegues de sus plumas naranjas”, escamas, cortezas, corazas , todo lo que sirve para recubrir, para guarecer ,pero también para  ocultar, para separar lo mismo de lo otro;  así como el  reflejo, que  refracta   para distraer la herida creando  imágenes y efectos acerca de nosotros mismos : “El reflejo seguro de mí en las baldosas/ insaciable, lo interviene todo/comulga con los espejos distorsionados/y el brillo”; el sistema de velos del artificio barroco se ha  proyectado  a todos los  reinos.
Y si bien ese  ámbito defensivo  opone   dificultades al ingreso “laberintos artificiales para confundir a quien se adentra. Y se enreda en todo”;  también alimenta   la esperanza de alcanzar una  identidad entre ambos espacios   : “   hasta que eso mismo se entienda al derecho y al revés. Igualdad”. La fuerza de la perla, que se ha gestado “guarnecida, murada” pugna por salir a   ”Poblar el sol, sufrir las nieves.”  rodar  en pos de su  deseo  hacia  la transmigración luminosa y sonora. Es  a partir del encuentro con lo  otro donde se puede “dar vuelta la defensa”  y emprender el  pasaje de vuelta al sol:   “Romper las clavijas. Desenvolverme”. La segunda persona  con quien constantemente dialoga el texto adoptará diferentes rasgos ; en ocasiones  es  paisaje  :  “te vi eras como un jardín todo de margaritas o perlas…un sol”  y en otras  funciona como  pasaje “un umbral esmerilado que la lluvia después lava/  O un camino a lo lejos de caracoles estelares /que se quitan la corteza cuando llegan a vos”.
La  externación  de ese yo acorazado, medio animal, medio desecho, medio trauma deviniendo joya,   se expresa muy bien en Lucernaria: “Al final, casi sin querer me di cuenta que detrás del techo de las habitación, vislumbro el verdadero cielo (…) me había rodeado de lunetas empañadas, de lentes, de boveditas para iluminarme. De lupas, de espejos.”
El yo perla desfonda el  abismo que  lo  separa  del conocimiento  del otro  :“de esa asfixia emerjo” explorando   el riesgo de  caída que conlleva toda   acción:  ”y yo yendo hacia el precipicio/ con diez antorchas en las manos/ que no me dejan palpar ni agarrarme de las ramas/en caso de que me suceda eso de caer ” pero  en el movimiento  encontrará   la   liberación : “me desprendo de las mascaras vertiginosas/mi escafandra plateada/me abalanza como un abanico de aire silvestre”. Hay un rodar que a la vez es un salir,   ”la claridad del día se gobierna en el andar”, la perla renovada,  ahora plenitud estética;  “Vuelo, remolino, vuelo. Emparaíso otra vez” se  cuestiona   si   ”llevar las plumas del pavo real” “o dejarlo todo atrás y ser  una pequeña niña hornera”, un ave que vuela suelta, expuesta a la luz y al aire  , pero con  el refugio construido por su propio trabajo para protegerse cuando lo desee ;  sin volver al encierro, punto de partida del texto.
“Ya no hay una fuerza insoportable para modelar el progreso .Eso fue una tregua. / O eras vos.” .Se ha abandonado la cáscara   , el caracol ha caído, ya no hay medida para el progreso, para la posibilidad, ya no hay un techo bajo o  un cielo falso abovedado en base a lunetas empañadas y vidrios, el cielo se presenta  infinito, las estrellas son nuevos arcos de pasaje, se puede transmigrar de adentro hacia afuera, de piedra a luz, de perla a pasto o a viento. El poema de  Díaz  sale mojado, recién nacido, brillando desde la herida   ,  para elevarse entre “plantas que ya no nos enredan los pies al andar”, inmerso en  el movimiento que todo lo permite, la voz  y el  vos ya no son  sólo un eco que rebota contra paredes imaginarias, vuelan y se desenvuelven, proliferando, procreando, cada vez más cerca del sol. Y así  como en los orígenes  del término barroco se encuentra  la voz  portuguesa  barocco  :"perla irregular ", este segundo libro de Ana Claudia Díaz hace  reverberar sus irregularidades en un estilo  que llega  hasta nuestros días con  plumas siempre renovadas.
 “El crispante ruido de las olas estalla puro/ aloja su voz en los caracoles/ se fuga/ se hunde debajo del agua/ y construye puentes de una realidad/ se revela el resplandor, lo pone en evidencia/  la superficie etérea   , aguarda.”


Celeste Diéguez 





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