Paulina Vinderman sobre La mansedumbre del pez, de Carolina Massola


Prólogo




Es éste un libro de una lírica infrecuente. Íntima, personalísima, delicada.
Esa delicadeza que menciono está fuertemente sostenida por una fe profunda en la poesía: como certeza, como conjuro, como destino.

Massola acaricia cada palabra antes de llevarla al papel; dialoga con el silencio, que es también un lugar anhelado, no sólo punto de partida.

La poesía —sabemos— es volver a nombrar, retornar al origen y es en ese viaje donde el poema puede llegar a tocar una ausencia de la que, de no ser por él, no seríamos conscientes (John Berger dixit).

La naturaleza (fl ores, árboles, estrellas) es para Carolina Massola no sólo fuente de refl exión sino el sitio al que abrazarse; mímesis y esplendor de lo callado, que nos habla desde los cielos ancestrales, como la voz del lenguaje.

El océano es el dios abisal, “ese universo que nunca veremos”, escribe. Y recuerdo a Pascal Quignard; “donde lo antiguo se precipita”.

Volcarnos en ese azul y convertir nuestra fragilidad y angustia humanas en esa “mansedumbre del pez”, bello y silencioso como la eternidad.

Esa misteriosa belleza nos dan estos poemas: farolitos de papel que iluminan el tránsito por esta tierra (maravillosa y cruel) llena de interrogantes, de amor, dolor, espera y espejismos.

“La mansedumbre del pez”, un libro para atesorar.


Paulina Vinderman







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