Rayon
Leer
Orange es estar dispuestx a una aventura fabulosa, aquella que propone
el través (travesía/travesura): la posibilidad de transmutar y permutar
reinos:
“Con la aplicación/de ensueños, placas/
irisadas lacas/campos magnéticos/ tensados entre/ los abismos”.
Una
historia embrollada, como definía Deleuze en La lógica del sentido,
en la que cada punto (poema, verso, letra, imagen, historia, tópico, lógica,
podemos tomar la unidad que sea) propone el contacto con otra serie, que abre a
su vez otro mundo.
La
intertextualidad está puesta en primer plano, como comprobamos con la nota que
la autora nos dona al final de la serie.
A
partir de las primeras oraciones de la novela Reina Amelia de Marosa Di
Giorgio, se abre una “línea – torsión recursiva, encastre, caja china...”,
“reescritura divergente”, en la que la divergencia es el sostén para la
convergencia.
En
el final de Reina Amelia, el autor (no Di Giorgio, sino uno de los
personajes de la ficción) otorga a su protagonista, Lavinia, un “nombre secreto
de flor”. Es así cómo despega Orange,
como un gajo en flor y con un fruto, que es un mundo.
Si
lo construido como cotidiano nos previene de la inminencia de caer por hoyos,
en la literatura ése es el meollo, su inmanencia es su capacidad conductora:
“En la salita de los
libros / de meditar, la enciclopedia/ de gruesas tapas doradas/ las letras de
mineral / y de colores preciosos. / Decía 'Lo sé todo / lo sé todo', abría / el
pórtico, las edades / de la tierra y del cielo / estampas brillantes / abría,
el majestuoso / cortejo de cosas / desconocidas “.
En
el cortejo de libros de Silvina Mercadal encontramos portales intertextuales
desde el inicio. Constitutiva y reiteradamente Marosa Di Giorgio, pero también
Delmira Agustini, Tim Burton, Lewis Carrol, Tzu Lang, Reynaldo Jiménez ¡hasta
Echeverría!. Es una obra que busca la vida, la desalienada, y en ella, la
lectura es un pasaje entre y hacia muchos otros; paisajes, lógicas y reinos. La
autora nos va dejando pistas y homenajes.
Lila,
la protagonista que transmigra de la Lavinia de Reina Amelia, se nos
expone, también como en la novela, en una acción-semilla: cruzar el cañaveral,
vista desde distintos poemas y tiempos particulares de esa acción (mejor que
subir al colectivo en Ejercicios de Estilo).
Los
objetos que la acompañan, sus cintas, trenzas, caireles y un maletín de oro -
sucintos pero potentes - inician líneas de recorrido en distintos transportes:
voces, melodías, bocas, vientos, brillos, espejos, espejismos, memoria, todos
amigos del asombro. Porque seguir una línea es encontrar otra, y otra, y otra,
y cruzar un cañaveral puede tomar una vida, o un libro (o dos), enteros.
Al
final, aquellas líneas se tornan estrellas muy poderosas, “púlsares”, no solo divergentes
sino “refulgentes”.
Y
sin embargo, no hay estallido ni exceso de materia. Hay precisión.
El
brillo, que lo hay y mucho, es el de un
oro cotidiano: oro del lenguaje y de la aventura. Sensual convivencia de rozar
el mundo e ir raspando las capas que no veíamos: lo oculto, lo olvidado, lo que
otra luz devela.
A
cada paso nos hundimos y nos salvamos y está claro:
“el dispositivo /
lógica sinrazón / las notas, las partículas / cayendo oblicuas / y a la vez
precisas”.
Lo
puntual es precioso. No hay desborde. Cada palabra está medida y trabajada como
una joya que formará joyeles o murales, prendedores, amuletos que se adapten a
los distintos tamaños que nos exijen los mundos a atravesar.
Hay
un contraste – producto de meras convenciones de legibilidad - entre lo pulido del encastre, la apariencia
simple y limpia de los objetos con el efecto rutilante y abismal que producen.
En
ese claroscuro hay una fuerte política poética.
La
palabra se inserta preci(o)sa en el verso, que hará plegarias, oraciones en el
sentido de invocaciones y de conjuntos de pliegues. Orar en Orange es desdoblar los pliegues, o
doblarlos, así se multiplicarán y
oficiarán de panes, semillas, mapas,
retornos, conversaciones… Cada poema es fractal y más.
Y
entretanto ¡entra tanto!. El embrollo es pluridimensional, abarca la lectura,
la escritura, la labor, el recuerdo, el reflejo en el espejo. Todo en una simultaneidad calibrada
minuciosamente para que el poema no se desintegre en la tensión, sino que la
tensión lo integre. Como una propia ley de gravedad.
En
lo diminuto se juega la dimensión de lo justo. Porque el poema es huella,
cifra; cada punto es artefacto, valija, botón que hay que pulsar para apreciar
los efectos. Infinitos cuidadosamente plegados en objetos finitos.
“Allí la vía recursiva/ (…) El sendero Lila
explora/ bucles de tiempo / retiene el sonido/ el fluido arrullo/ de cascadas”
A
la manera de un mundo mágico, el reino de Orange puede alzarse como un pop-up
al encuentro con una voz que lee. “Cada ser revela parte de su secreto
melodial” dice la cita de Eguren, que
inaugura. En esta secreción que es Orange, se oye la voz preci(o)sa de Silvina
Mercadal pero también la propia de quien lee, si se atreve a leer en voz
mágica.
Y
en los alrededores, La meseta de Lis confirma, entre sus guijarros
finísimos y pulidos, el desvío que envía, el portal que porta y el eco de
“seres de seres dentro”; un deseo de la literatura y del intenso vivir:
sostener el presente, o mejor dicho, el sinfin.
Romina Freschi 2017
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