EL CASO DE LA POBRE JENNY
Así como se delinea
con tiza blanca el exacto lugar que ocupa un cadáver en la escena del crimen,
las páginas invadidas por el vacío de este libro de poemas cuyo subtítulo se
enuncia como ensayo, son contundentes: existe un texto, un cuerpo, un poema. O
existió, tal como lo evidencian la multitud de notas al pie de página que lo
comentan con sumo detalle como si el libro realmente tuviese un cuerpo de texto
concreto, visible, real, y no uno invisible, escondido, esfumado. Como el
cuadrado blanco de Malevich o el 4´33” de Cage, el primer libro de poemas de
Jenny Boully sorprende primero y luego –si uno es el lector que estas páginas
esperan, como decía Borges- establece una suerte de conexión nueva y única con
cada lector.
El Cuerpo (un
ensayo) es un libro caótico,
descentrado, inesperadamente erudito, ferozmente introspectivo, que desplaza al
lector al espacio más subterráneo de la página y lo mantiene ahí, en los bordes
y los márgenes, casi como si se tratara de una broma (ver nota 22). La
correlatividad y la disparidad de las notas, junto a la lectura inevitablemente
subjetiva de cada lector, impiden que la obra se defina como algo cerrado; esto
hace pensar en aquel juego de lápiz y papel, en el que si uno tiene paciencia y
va uniendo punto con punto, al final descubre cuál era la figura oculta bajo la
nube de números.
Pero se trata de una
expectativa irreal. El Cuerpo (un ensayo) es un libro que no existe, que
nunca podría conocerse del todo. Lo único que queda de él son apuntes, pistas,
señales, huellas, indicios, referencias de ese cuerpo de texto. Todo
minuciosamente exhibido bajo la mirada del lector: como si la poeta hubiera
dado vuelta su cartera encima de la mesa, para mostrarnos todo lo que tiene,
todo lo que queda del libro: pensamientos dispersos, citas eruditas, fragmentos
de diarios íntimos, numerosas cartas, instrucciones, listas, relatos de sueños,
anécdotas infantiles, memorias traumáticas, trozos de conversaciones, postales,
textos literarios y filosóficos. Todo está a la vista, todo significa, todo
remite: desde Gilgamesh y El ladrón de bicicletas hasta Hamlet, Barthes y
Heráclito. La misma voz que va, viene, rememora, explica, esclarece, desnuda,
exhibe, que deconstruye una historia posible, parece decir: “Esta es toda la
evidencia, todas las pruebas: saquen sus propias conclusiones”. Quién sabe,
tal vez algún lector, alguna vez, resuelva el crimen (lo cual sería un caso de
“ironía dramática” (ver nota 76: i).
Es imposible no leer
este libro sin un mínimo de curiosidad, sin poner todo el tiempo en
cuestionamiento su naturaleza, su intención, su sentido, su significado. Leer
ya de por sí despierta interrogantes, dudas, deseos de saber. ¿Qué es lo que se
está buscando (ver notas 10, 65, 83)? ¿Se trata de una historia de amor
fallida? ¿Quiénes son Tristram, X, G, Andy, la gran poeta? ¿Hubo un crimen (ver
notas 76, 91)?¿Es un sueño (ver nota 143) o una obra de teatro (ver notas 58,
132)?
Boully empuja al
lector a ser receptivo, empático, entrar en una corriente de atención, como si
fuera un detective analizando pistas, estados de ánimo, documentos, testimonios,
confesiones. A medida que se avanza en su lectura, leer comienza a parecerse a
atar cabos, inventar hipótesis, descubrir detalles: al leer nos imaginamos y
nos hacemos una representación (si no clara, al menos pormenorizada) del texto
desaparecido; de hecho, podría decirse que cada vez que alguien lee El
Cuerpo (un ensayo), lo materializa, lo hace evidente, lo define (ver nota
8). El efecto literario que se genera es raro, extravagante, mágico. Aunque más
no sea brevemente, el libro de Boully provoca atracción. Uno intenta entender,
comprender, saber qué fue lo qué pasó; al igual que si el poema fuese un caso
policial que requiere investigación (“oh, el caso de la pobre Jenny”,
tal como escribió Pound, ver nota 28).
Se sabe: toda poesía
es por definición experimental. Pero también es cierto que algunos poemas y
algunos poetas lo son más que otros y, entre ellos, sólo unos pocos lo son en
un sentido propio, único, distinto a todos. Con este libro, Jenny Boully sin
dudas merece un lugar en esa reducida lista.
Mercedes Mac
Donnell, 2017
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