Lucía Delbene sobre La mansedumbre del pez, de Carolina Massola


Sobre La mansedumbre del pez, de Carolina Massola
zindo & gafuri, 2013




En la construcción del mundo que la poesía hace posible utilizando el lenguaje como materia para moldear, la posición que toma la voz desde dónde se enuncia es clave. A veces se nombra a la “voz poética” o de forma más escolar “el yo lírico” como si estuviera separado, o como si formase una conciencia escindida y anterior al lenguaje. No obstante, el oficio poético demuestra que esto no es posible y que el emisor se constituye desde y dentro del sentido como entrampado y libre a un tiempo, en el ejercicio del arte del lenguaje. De esta forma la literatura y sobre todo la poesía, se diferencia de otras disciplinas artísticas en cuanto que la materia utilizada no implica necesariamente la cuestión del ser y de la identidad que están inscriptos en el código lingüístico y en el rol que desempeña como medio de comunicación entre los humanos. Con el mármol podemos construir una estatua o una mesa, sin ser el sujeto emisor que los ha construido un ente marmolado, un hombre de piedra, sino Miguel Ángel, un escultor renacentista. La diferencia entre La piedad y un poema de La Piedad reside en que la distancia entre el sujeto y la referencia tiende a ser nula en el segundo caso.   

En la obra de Carolina Massola encontraremos un voz poética, un decir que justamente no encuentra un anclaje específico en el emisor para buscar una expansión que es infinitud representadas por el océano en una magnitud desmesurada e inapresable que torna extraña la capacidad de nombrar: Cuando suden magnolias las ramas de ayer/ y relamas el polen,/ Tú/ escarabajo antiguo/ brillante sobre lo blanco que te es ajeno,/ el salto a tierra firme espera,/ no olvides reproducir la flor./ (13)  La naturaleza es en “La mansedumbre del pez” la imagen privilegiada donde discurre la urdimbre de la poesía y es también el todo ajeno e inapresable en reflejo especular de esa misma voz que es extraña, que se sabe materia heterogénea o metáfora espectral donde acecha la sombra de lo inefable, lo imposible de decir por permanecer absolutamente ajeno a la materia lingüística. El decir animista en fusión con el entorno tiene una larga tradición en el panteísmo, en la respiración que se vuelve canto celebratorio de un Walt Whitman por ejemplo. En este sentido, ya Horacio Castillo, en el comentario que realizaba a “Estado de Gracia” libro de Massola publicado en el 2009, había puesto de relieve la importancia de los silencios, función de bajorrelieve donde la voz se torna arquitectura tensada en lo desconocido o manifestación fenoménica impulsada por la corriente implacable del deseo: “He aquí la clave de Estado de Gracia, este libro de Carolina Massola cuyos textos emergen del océano de lo inefable y hablan tanto por lo dicho como – acaso más – por lo no dicho. Se trata, como advierte la autora, de un proceso alquímico, trance poético que convierte en palabras lo indecible y, valga el oxímoron, confirma la conocida paradoja: la palabra, dos veces palabra, es muda” Si bien, La Mansedumbre del pez se aleja de los poemas epigramáticos de Estado de Gracia, alcanzando una cadencia más extensa, con un ritmo atezado por una suave melodía asonantada, también es posible encontrar en ellos la reticencia que abre la urdimbre por donde germina la pregunta y se constata la belleza, como un mandato o ley poética: “Retrasar la mansedumbre del pez/ la rabia del ojo mal parido/ Tu voz:/ columna vertebral de cada encanto/ cucharada balsámica/ acaso desconocida/ en lo más hondo/ supiste deshojar algo bello.”


Lucía Delbene, Montevideo 2014


      




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