El libro enduendado
Sobre Pareidolias, de Alejandra Saguí
zindo & gafuri, 2015
El primer libro de Alejandra Saguí es una colección de amuletos, un amuleto es un objeto que porta una posibilidad. La esperanza de modificar, luego del trayecto, algo que no funciona o que está obturado o que está incompleto.
Por momentos Pareidolias es sintético.
Conserva algo del misterio que rodea a la poesía. En algunos textos va dejando
los elementos mínimos necesarios y en otros suelta la lengua y genera
inversiones, rimas, fraseos. Entre los primeros, alguna familiaridad con la
poesía de Hugo Gola, entre los segundos, la oralidad juguetona de Ricardo
Zelarrayán.
Poemas como “De burro la loma”, “Una torre
en la palma”, “Cala duro el viento cala”, “Delata”, o “Te la encargo tanta
rima” dan la pauta de la respiración, que dice y no, que exhala y contrae, que
suelta y retiene, sí, se parece a la doma de un animal primitivo:
Una torre en la palma
“para circo está/ equilibrando/ da probar/ sin compromiso/ en
su frente el membrillo/
del sol el sudor/ recién saliditos/ noventa grados / su muñeca/
flaquita/ ¿cuántas tardes/
habrá amasado/ cada pie? / Más rico con grasa/ dice que pasa/ para que
no se atoren/
con el
palito/ de la yerba”.
Las poemas traducen, entre las voces posibles,
una que García Lorca llama “la voz del duende”. El lector se encontrará,
tanteando en el poema, en una dirección nunca lineal:
“La virtud mágica del poema consiste en
estar siempre enduendado para bautizar con agua oscura a todos los que lo miran…
La llegada del duende presupone siempre
un cambio radical en todas las formas. Sobre planos viejos, da
sensaciones de frescura totalmente inéditas, con una calidad de cosa recién
creada, de milagro, que llega a producir un entusiasmo casi religioso”[i]
El
ritmo del libro es el galope y la suspensión. Como si hiciese funcionar un
mecanismo personal de asociaciones, casi, infinitas. Un fragmento del poema que
da nombre al libro, dice:
“es así, todo pliegue en la tierra es culo/ ombligo: cada punto seguido/ domingo/
el canto depre de los loros/ polvo: esa gaviota que sube/ el grito: cada voluta
del polo”
El verso “Acá sentada: sólo siluetas
difusas” me remite a un poema de Hugo Gola que empieza así: “Sólo sonidos
sordos/ silentes/ silbantes/ salvajes/ sucesivamente ciertos/ suelen subir o
someterse”. De alguna manera ambos intentan nombrar esa presencia difusa que
dispara el poema.
Imagino, pensando hacia adelante, que los
textos de Alejandra podrían encontrar en la dramaturgia y el teatro una zona de
expansión y de soltura. Es una hipótesis que arriesgo, una zona posible para su
lenguaje y su manera de mirar el mundo. Pareidolias, por lo pronto, es un
auspicioso primer libro, una buena
muestra de su manera de desconfigurar y reconfigurar el mundo.
Delata
La plata que aplasta
Pisaron tu pizarrón
Como palta
La arveja como abeja
Zumbando al plato
Pasa revista
Vertiste el llanto
(el trapo no alcanza)
Pena también la panadera
Sin su pizzera
Tu lapicera
Salta atlas de papel
Tu espalda te porta
Ya apenas importa
¡ni un triste tigre!
Grité
Gervasio Monchietti
[i] El arte y lo cómico. Asunto impreso ediciones. Abril 2005. Cita
tomada de “La interpretación, lo cómico y la muerte”,
Fernando Silberstein.
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