Breve apunte
Sobre Saigón, de Mercedes Alvarez
zindo & gafuri, 2015
Vos sabés que, como la lluvia y la peste,
siempre que hubo guerra tuvo que parar.
Acho Estol
Si Saigón fuera un lugar –digo: un lugar real, no una
ciudad, no el nombre que damos a aquello que llamamos ciudades–, tal vez podría
ser un libro de poesía, con su río de versos, con sus rascacielos de estrofas,
con su guerrilla de palabras.
En efecto, Saigón
es un poemario escrito por Mercedes Álvarez ( Zindo & Gafuri, 2014) y es
también una ciudad o varias ciudades que se atraviesan en muletas o heridos o reptando
o ya muertos. «En cada ciudad que visité
», comienza el yo poético para concluir «Arderá Troya y arderemos nosotros». Porque
Saigón también es eso: una ciudad
caída, como Troya, como Sodoma y Gomorra, como Irak, todas las «capitales saqueadas»
–los cuerpos saqueados– que aparecen entre estas páginas.
Si hay una caída, en Saigón
también hay un golpe. Una milicia de cuerpos.
De carne que toma otra carne. De sangre, de voces. Y se sabe: la guerra
también funciona como refugio y en las heridas hay vida. Mejor lo afirma el yo
poético: «Se está solo porque Saigón puede ser / también / un refugio» o «No
sabía que la guerra / era un carruaje invisible. / Las heridas por las que
muera / irán de adentro hacia afuera».
La voz poética de Saigón
es, entonces, una herida profundamente femenina. Hay algo en su decir que no
podría haber sido dicho por las distintas masculinidades. Se trata de una voz atravesada
y que atraviesa distintos femeninos: María Magdalena, Cenincienta, Santa Clara…
Porque si hay ciudades y hay golpes y hay caídas también hay un sentido
religioso, el que puede tejerse en la metáfora, en el silencio de Dios o en el
sexo.
Flor Codagnone
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