Apenas visto, apenas
dicho.
Prólogo
No tengo mesa de luz: no lo logré. Si la tuviera, estos poemas de
Mary Jo Bang estarían ahí: un mecanismo de socorro para las noches de insomnio
o, mejor, para cualquier noche, un trampolín que de pronto permitiera recordar
por qué a comienzos del siglo XXI leemos poesía, también, por qué insistimos y
todavía la escribimos. Y listo. Estas reglas para la vida cotidiana ayudan
sólo un poco, diría Mary Jo. Por ahí, esto habla más de mí que del intenso
libro que nos permite atisbar la obra de Bang, una mujer que cruza dos siglos y
anticipa las palabras y sensibilidades que tal vez vendrán. Espero que no:
simplemente me animo a decir, como le diría a cualquier socio en las lecturas y
los libros compartidos, esas sociedades infinitamente amadas, sin dudas: “Ey,
los poemas de Mary Jo Bang me dan ganas de leer más, de escribir más, de
seguir, un rato más, dando vueltas por acá. A pesar de todo”.
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¿Cómo se escribe después del
vértigo de la caída de una taza de café? ¿O luego de un gesto capaz de arruinar
la propia vida? ¿Cómo se siente y se piensa después de una pérdida inexorable?
¿Qué alienta el poema cuando lo que se mantiene vivo se guarda en una jaula?
¿Qué ideas o teorías podemos acercarnos, usar para achicar la distancia real e infinita
entre nosotros? Qué es una teoría, sino un tentáculo estirándose hacia una
oblea de razón. La distancia inevitable, sí, trágica. Sin duda, trágica. Un
telón de fondo que no requiere precisar de qué oblea o razón se habla porque el
impacto está en ese ademán de lanzar un tentáculo que, como una sonda espacial,
generará la ilusión de achicar distancias cuando cada teoría trágicamente
desnuda la verdad de la distancia y nos deja parados ante ella. La ficción
recreada en la sintaxis se mueve, desde la observación a un modo plano: El
coche desaparece y la mujer es eso en lo que está pensando.
Teoría de la catástrofe no trae respuesta alguna, por ahí
pocos poemas lo hacen. Más bien se nos acerca y se anima a traer todo de
vuelta desde el borde del abismo. Pero guarda, nada épico respira aquí: ni
bien ni mal a la vista, salvo mentando Mulholland Drive y un juego de
naipes más claro, posiblemente anhelado como esa caja de herramientas para
soportar el purgatorio, cuando algunos dolores y desaciertos marcan las
palabras que dan cuenta de una subjetividad y sus pensamientos. Pero si
esperamos la voz de una antiheroína propia del siglo pasado, nos equivocamos.
En la trama ciberpunk de estos días, que son nuestros, hasta la grandeza looser
tiene otro signo. Kim Novak cae al vacío de la mano de una fuerza
antigravitatoria como todos los hitos culturales que nos marcan y desmarcan
quiénes somos y cómo nos vemos. Así: Ella se pregunta qué podría pasarle /
Si cayera a través de toda esa oscuridad por la que mira. / ¿Criaturas extrañas
cantarán canciones / de sílabas raras con un final sibilante al final?
¿Cómo se construye un poema
centrado en esta clase de vértigo? Desde una puerta cerrada contra el
instante, la teoría de la catástrofe traza un atlas certero de la
incertidumbre: la grandeza perdida y apolillada hace tiempo, una realidad
desarmable que signa al propio cuerpo y a la vida consciente por atisbos de esa
grandeza que no está. “En la oscuridad jugamos a capturar la bandera”. No,
no en la oscuridad sino en lo repentino de una ausencia lacerante. Y así,
en su desbarajuste, de pronto renombra el vértigo y lo fútil: hay un más allá
del poema que nos toca, un fuera de escena que llama al sentido y no está en el
corazón de cada poema aunque pareciera ser el motor de todo poema. Lo no dicho,
lo no presente: un gesto que la palabra construye y no sabemos bien por qué nos
alcanza en un destello como esos restos rescatados al borde del abismo. Por
eso, esta mujer se anima a recordarnos: Mirar no siempre es mirar fascinado.
Eso requiere un cierto grado de asombro con la boca abierta. ¿Qué hay de malo
en eso? Si hubieras visto lo que yo había visto.
Mary Jo Bang construye poemas
como si directamente nos hablara. Así, contundente, afirma “Por supuesto que
tengo miedo vos no lo vas a entender”. Y se entiende tanto.de esos grandes
monstruos artificiales y estos otros estados de naturaleza. ¿Una
marca epocal? ¿La pérdida conocida? Más bien las formas con que van los días
transcurridos en el vaivén de un orden que reconocemos, Luisa Lane y Clark Kent
llegarán a los ladrillazos de Ignacio y Krazy Kat, las chicas Cindy Sherman lloran
mientras algún maestro de ceremonia declara la verdad: no hay banda. Ni la
habrá. Dos chicos hacen rebotar una pelota de un lado al otro detrás de la pared.
Seguimos comprometidos a terminar la cena y evitar la muerte. ¿Cómo es ahora el
presente? ¿Así de difícil? Mary Jo con esta selección de poemas nos
responde que sí… más acá o más allá de Freud, los libros y las músicas que
amamos, los sueños de película y las fotografías que nos devuelven un rostro
nuestro pero desconocido. En este recorrido por su obra, el proceso
de esa obra, la voz poética nos dice al oído “así de difícil”,
pero levanta los hombros y sigue adelante: aunque ¿quién puede decir qué y cuándo
es o dónde y por qué? Por favor, no me digan mañana que ya se terminó.
El caleidoscopio de nuestros tiempos gira y cambia la posición:
metemos la cabeza en el tiburón gigante de Damien Hirst, y aunque el bicharraco
está en formol por un instante atisbamos el poder de lo vivo, eso que nos
excede, se nos escapa, aterra y es puro impulso. Esto que, indudablemente es, y
el poema parece ir a buscar. Con obstinación a veces, con desesperación otras,
con una neutralidad capaz de poner los pelos de punta si hablamos como una
muchachita que ubica hormigas al sol bajo una lupa y saca conclusiones. Así,
por momentos, suena esta voz al entregarnos eso que puede darnos con las manos
abiertas: excepto por ser, era relativamente indoloro… pedazos sostenidos
por soportes. Y poco más. Esta clase de materia sensible nos acercan los
poemas de Mary Jo Bang, una labor que cruza dos décadas y elabora una
cartografía de conmociones y materias sensibles. Es una historia de amor y
poder pero, ¿qué historia no lo es? O patria mía. Mi querido país. No se ha
construido un monumento, se dejan migajas que dibujan caminos posibles y
reconocibles: esta patria nos compone. El regalo es una imagen espontánea de
extensiones de acero / Rodeando un cuello. Gracias. / Estamos, desde todo punto
de vista, rotos.
Ante la contundencia de este
libro, probablemente debería hablarse del trabajo con el sonido, un fraseo de
músicas por momentos recursivas que me recuerda al extraño cruce que daría Jim
O´Rourke con la Velvet Underground y sus tiempos detenidos. Un lirismo a
contrapelo. También, tendría que mencionar un trabajo con la imagen y los
restos de una cultura que va de lo espectacular a las visualidades como en un
paso de baile donde se va de odiar al universo a amarlo sin condiciones. No creo
que sea necesario decirlo. Simplemente, a modo de muestra, en esta
fotografía de larga exposición: sí, y yo también tuve ideas que se perdieron en
el tiempo. La duración se extiende hacia el futuro, se envuelve sobre el
pasado. Puede alguien evitar decir, yo una vez fui.
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Todavía no hay una mesa de luz de mi lado de la cama. Pero en los
juncos que arman apilados los libros que amo, va a estar esta teoría de la
catástrofe como una postalita de Cornell y su mundo levantado a fuerza de
voluntad y algo más, desconocido aunque concreto en la intuición de su
percepción: algo más. Apenas me diga que ese ruido desagradable que
oía era el pensamiento racional, golpeando con un hacha las puertas del bosque.
Por eso, agradecimiento eterno a Mary Jo Bang y su insistencia en
el poema contra todo, con todo, a pesar de todo y por todo. Y también al gesto
amoroso de Patricio y Aníbal con sus traducciones y sus libros. Agradecimiento
porque en este canto -que para mí encierra el mantra de las fotos birladas a lo
real y su más acá de Wolfgang Tillmans, ese si algo importa, todo es
importante- llegaron para quedarse los poemas de Mary Jo Bang y sé que mi
universo, y su extraño sistema de compensaciones, es ahora un poco mejor.
Andy Nachon 2016
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