Bea Lunazzi sobre Mitológicas pájaras en vilo, de Adriana Romano


En constante renacer
Sobre Mitológicas pájaras en vilo, de Adriana Romano
zindo & gafuri, 2015




Un poema introduce la trilogía que compone mitológicas pájaras en vilo de Adriana Romano. Un poema que abre y al mismo tiempo abraza; toma dentro de sí las partes de un todo, parataxis territorial de zonas que laten dentro aunque se oigan retumbar lejano.
Lo propio se reconoce únicamente desde afuera. El ojo de la tapa mira hacia delante, hacia lo que está por venir. Lo que sigue, se gesta acompasado, no irrumpe, viene viniendo. Un estado de inmanencia tenue pero imparable, que arrastra hacia el futuro una bruma de sí, el aviso de que algo está por llegar, que será presente en breve.





Mitológicas

A diferencia de las ciencias, el mito no cuestiona las causas de los acontecimientos, no racionaliza ni intenta explicarlo todo; acepta el espacio vacío, el velo que cubre las múltiples cegueras. Las mitologías, son los cuerpos donde se inscriben las creencias, estos relatos en movimiento. El mito suspende el paso del tiempo, hace que conviva el pasado en el presente. Medea es invocada por el poema, se reteje en mamá, en aquella madre-comandante que fue y está llena de agua de mar. Como Palmira, esa tía nena hundida en el agua. Como la abuela que vino en barco desde Génova y bajó con los brazos vacíos: genealogía de mujeres que persisten como la lluvia o la memoria.
En Mitológicas cada palabra tiene peso de galope. Brío/fibra/nervio. Baba/vulva/bulbo.
Desde acá/ abajo/ahora. ¿Qué uno/qué primero/qué ninguno sin otro/decidió?
Ritmo que sostiene y da unidad, que enlaza la trama. Tan primero como el hacer poético donde música y palabra son la misma cosa.







Pájaras
    
Como en la poesía oriental, los poemas de Pájaras anidan en todas partes, en cada gesto de la naturaleza. El poema chino está ligado a la circunstancia; primero describe un detalle, algo sutil, de apariencia irrelevante; luego pasa a una instancia más introspectiva o reflexiva que trasciende lo particular. Así, nos fija en el instante, en ese momento que se eterniza. Siempre con una riqueza plena de sentidos, una potencia sugestiva tal que el lector ingresa y se queda ahí, atrapado. El poema chino no se cuenta, se vive. Estos rasgos, para nuestro agrado, aparecen en la poética de Adriana Romano, no solo en esta serie sino en muchas de las composiciones del libro. “Popeye” es un claro ejemplo, un gran poema hecho de pequeños matices: Este rayo de sol/ atraviesa/ la copa de agua/ y marca/ en la hoja/ un arco iris. Y luego: Nada es mejor que este instante (…) Lejos de Popeye/ lejos de cualquier fuerza bruta. Las palabras no representan la realidad sino que la suscitan.
Todo Pájaras está impregnado de la ley de la casualidad, es por azar que una torcaza se acerca hacia una mesa y mira a quien está sentado, también lo es toparse con una calandria muerta sobre el asfalto ó que el 9 sea el número de la familia. Las relaciones, las coincidencias, son inteligibles pero están inscriptas para siempre en lo irreversible del tiempo, en la lógica del desacuerdo que ha inaugurado éste, nuestro universo donde hay un sitio exacto para todo y donde todo es uno.


Aquí el agua transcurre/ y se derrama sobre el cauce del río dice Adriana Romano y esta aparente distorsión vuelve circular el poema y el mundo que le da origen. Ahora puede ser antes dice también en “Intermitencia” y luego En mí/ una mujer dibuja estas letras/en español/sobre la libreta/como podría haberlo hecho/en copto/un hombre/ acuciado por los mismos enigmas/hace siglos. Se desvanece la temporalidad y un hecho se duplica en otro, resurge, se repite en el instante mismo de la escritura. Puro presente.







Vilo
     
Estar en vilo es estar pendiente de un hilo; nada más alejado de la comodidad, del tan anhelado confort del mundo shopping. Estar en vilo es permanecer despiertos, en guardia, porque se presume que una amenaza se cierne sobre nuestra integridad. O tal vez una sorpresa.
Los poemas de este tercer fragmento pendulan entre la inquietud de un futuro incierto y la sabiduría de las comadronas. En estado de alerta un ojo consigue ver el desvelado cielo/ los alacranes inútilmente listos.
Esperar es también un acto de fe: He visto algunos hombres/esperar bajo las estrellas/con una convicción nunca mitigada/ Mi abuelo estaba entre ellos/paciente en su sillón de mimbre.
El vilo, el “filum”, es el borde finísimo; el límite de la ventana. A través de la ventana/ no veo/ la raja de la luna/ ninguna de las estrellas que titilan/ más allá/ de las siluetas oscurecidas de los edificios. El borde finísimo es también pestaña de enebro que hay que abrir como una íntima ventana para ver el dios niño que otra vez juega con peces y con panes. Regresar al origen, a lo uno, lo primero, el vientre intemporal.
Lo que latía dentro acompasado y tenue en el primer verso del libro, ahora palpita en lo oscuro y va entrando en la soledad. Tiene la certeza de que algo está vivo ahí. Tal vez la lengua: la palabra que acecha desde la oscuridad del silencio e irrumpe en la página que es su morada; el “pagus” o país por donde viaja el lenguaje.
La palabra es la que viene viniendo, galopa desde lejos, aún sin cuerpo. Son los restos resonando de lo que está por decirse, el eco de lo dicho.








Mitológicaspájarasenvilo

Vuelvo al principio, o mejor al bode del libro; específicamente a la dedicatoria: al vacío que me habita, dice Adriana Romano. Para los budistas el vacío es un concepto fundamental, es la esencia de todas las cosas. El vacío hace referencia al potencial de vida. Es lo latente, lo que late, el origen de todas las cosas.
El origen de este libro.

                           
                                                                                            Bea Lunazzi 
septiembre de 2016 







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