Mónica Rosenblum sobre Ahora que estamos en verano, de Rubén Guerrero


Sobre ahora que estamos en verano, de Rubén Guerrero
zindo & gafuri, 2016





“Envuelto(s) en una paz apocalíptica”

La idea es dramatizar el hecho de no tener laburo. No llevarlo al extremo, sino dejarlo ahí, como flotando, indica Rubén Guerrero en la particular Introducción que da inicio a ahora que estamos en verano.  Esta Introducción, escrita en una prosa poética altamente coloquial y contundente, funciona, paralelamente, como una didascalia en la que el autor señala que los actores deben cantar las canciones en voz alta  […] al límite del grito, pero no gritar.  (Sí, el libro también tiene una canción, el anteúltimo poema, con sus acordes y su estribo). Habla de dar libertad a las voces pero sin lugar al grito, porque […] se pierde la originalidad, el estilo, la verosimilitud
Y es en ese acorde que transcurre la totalidad de la lectura de este poemario: al borde del desborde, del grito; al filo. Permanentemente se percibe el terror pequeño de la calma doméstica, esa calma que antecede a la gran tormenta, como tan claramente señala Pablo Ramos en el prólogo. En este sentido, el libro todo transpira –por utilizar una expresión muy propia de Guerrero, ya que su poemario anterior se titula No transpira-  un clima inquieto, tenso; una tensión que no dará respiro.

La falta -o la carencia- es uno de los ejes centrales.  No solamente las implicancias de las carencias en el presente, sino también las resonancias entre éstas y carencias del pasado; como cuando la voz masculina en primera persona va por leche al mismo almacén al que iba cuando era chico pero hoy voy con plata/Por favor. Mañana le pago./Decía el papel con el que mi vieja/me mandaba a comprar.

Sin embargo, lejos de ser un lamento o una queja, pareciera que lo que falta viene a realzar lo que es, lo que hay; o, como en ese mismo poema, cuyo título es justamente Todo ahí, lo que falta nos mostrará sencilla y unívocamente que: Hay cosas que son así y listo. La carencia se vuelve en este libro una trama elástica que estira lo que hay, como en  el poema Los broches: […] éramos cinco y no sobraba nunca/nada. Es que el mundo era ella/distribuyéndolo todo; y, probablemente por eso […] no pensábamos que la falta era un impedimento. Es el amor el que compensa la falta, tanto en la infancia, cuando la madre lo distribuía todo, como en el presente: y me doy cuenta/de que no falta nada/está todo acá/todo esto hay.  Y remata el verso final: nada más

Y por otro lado está la falta en el sentido de estar o sentirse en falta. Yo no puedo dormir si ella se tiene que levantar./Me pone incómodo./No me gusta/[...] Ella me dice […]que duerma, que no hace falta que me levante, que el jugo le encantó./Y eso me gusta. También en el presente, de alguna forma, está el amor compensándolo todo. Es que el amor, dice Guerrero en aquella Introducción, calza como una pantufla. De todas maneras, el paso del tiempo se hace difícil cuando no se tiene trabajo, cuando se es un desempleado, y entonces, lo doméstico se convierte en una distracción, en aquello de lo que “debe” ocuparse el “desocupado”, sobre todo cuando […] tu  compañera o compañero no pueden parar de hacer cosas porque la guita no alcanza o porque simplemente nadie puede parar de hacer cosas y producir.

“Las carencias generan competencias” sostiene Barreto, antropólogo social y  psiquiatra brasileño. Y el yo poético de ahora que estamos en verano da cuenta de ello cuando se vuelve competente en el cultivo de la melancolía, en el arte de lo doméstico, en el ritual de leer el horóscopo y escribir un solo poema por día porque el departamento es demasiado chico; cuando inventa cosas para arremangar el tiempo y/o cuando nos muestra que el paquete otra vez trajo 22 bizcochitos y medio

Sin duda alguna, la destreza, la competencia mayor radican en la habilidad lírica de Rubén Guerrero: la lectura de este hermoso e inquietante libro nos deja  –como dice Osvaldo Lamborghini en un poema de homónimo título- Envuelto(s) en una paz apocalíptica.



Mónica Rosenblum

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