Sobre Tres rapsodias, de Mauro Lo Coco
zindo & gafuri, 2016
La realidad puede
ser lo que quiera pero su funcionamiento siempre empieza ante nosotros cuando
despertamos, cuando el fluido del sueño se escurre y la percepción hace posible
el entramado de luz y sombra que alza ese mundo que percibimos, la vista le
entró a las cosas, podemos decir, así como también otra manera de ingresarle a la
problemática de nuestro tiempo es poética, la voz de Mauro dice:
voluntad
entonces, todos los
elementos dispersos integrando series
superpuestas
y sin embargo
sin presentimiento de convergencia
y ahí comienza la
travesía de este libro compuesto por tres rapsodias, tres ensambles, tres
formas de estar ido de las certezas, o si se prefiere voluntad de estar ido del
conformismo para enfrentar el riesgo de comenzar a encarar la resistencia de la
página en blanco, explorar su abismo dejando una estela musical, estar ido
produciendo sonidos que se articulan sobre el vacío impasible y la
inconmensurabilidad, si se quiere y sin ánimo de exagerar, del universo, es fantástico
que ante ese contexto de pronto se pueda entonar:
como la mariposa descendiendo
sobre el acto
del mundo hacerse
de grácil
actitud
anunciando leve
la carencia
así, preguntarse
dirigiendo cierta inflexión
no en lo dicho
ni antes
en el instante
ya que reclamaste el pensamiento
y ese exterior
indiferente de la página blanca, casi aniquilante, comienza a ser vulnerado
por lo que el poeta
nombra fragmentos de resistencia, y pronto un coro de objetos se alza sobre la
nada, invade ese infierno blanco:
toda cosa es una
idea que acecha y yo
León, que no me puedo dar al pensar tuyo
esta tarde
porque no hay
suficiente jarrón
mesa o deseo
sólo nariz de
Aída, pugno igual
para que sigas el
ritmo de lo que digo
ante el desaire que
hace la indiferencia del mundo Mauro mantiene la apuesta de estar ido en el
espacio interior para ir ganando terreno, desplazando ese otro espacio que de
por sí no tiene ninguna gracia, proyectando en él la música de su invención:
en tránsito a la
idea, absorto por el modo en que la geografía te habita
siempre el mismo
darse como organización de lo ajeno
una micro esfera se
va expandiendo, recrea el ámbito de proximidad ante el abismo que hace escarnio:
intuición
siempre provisoria de centros y aquellos
otros destinos
donde la idea se posa
y mira, ¿ será
la cereza
perspectiva en la mañana
cuando Aída
baila
baila y camina
mientras limpia?
La partitura de la
creación va desplegando un coro de voces, la cereza mayor, la cereza joven, el
jarrón, el elefante, mu, Aída, León, la travesía iniciada se sigue abriendo
camino, no ceja, borbotea, ondea, la reflexión poética se va ganando su lugar
en el espacio próximo, incluso desbarata una dirección fijada para campear el
absurdo:
podrá la imagen
alejarse suspender toda valencia
pero no
abandonar el alojo que requiere
mu
cualquier
nombre, idea
fantasma vacío
al que acuden
los hechos,
piensas
y dices: “pues
yo soy León
y esto no es lo
que siento”
cuando queremos acordarnos
de nuestra situación de lectores y mirarnos un poco desde afuera es tarde, no
queremos abandonar porque estamos oyendo música en el campo, en la planicie
abierta, el ritmo se potenció y la sonoridad replantea lo comunicable, se torna
por momentos escéptica, con poder crítico de la realidad:
tienen razón
por eso gobiernan:
absorben lo que
hay
de voluptuoso
en el mar
de ancho en un
camión
hay leyes
porque
cada cosa es ya
excesiva
en su lujosa
entidad
la vaca que te empuja
con la
arrogancia de un familiar
y algo demanda
¿ qué esperaba
de la sociedad que mantenían?
El dinamismo del proceso asociativo de una caminata mental
por el campo nos lleva a continuar sintonizando con el modo de eslabonar la
música verbal con las imágenes, tanto lo pasional como la idea van organizando
nuestro pasaje
alguien se saca la remera
y transpira
y la tráquea
le pesa
se acuesta al
sol
a entrever su
disolución
sueña que es
devorado por el llano
o mejor
se alza
se rasca
y se va
lo seguimos, sin
intuir que lo que viene, Diario de la loma, Papeles del abandono, diseño de
viaje y recorrido, respectivamente, de un trazado arrancado al abismo por San
Rebosio, es el acento de una presencia que conjuga diferentes registros,
visual, intelectual, imaginativo, a la vez que trasmuta lo intransitable, el
desarraigo de la vida, haciendo posible el movimiento, a pesar de todo, aunque
nada tenga cura, poder poner el cuerpo en el espacio y habitarlo, ya es algo
si vienen es porque conocen
el proyecto de
perder
y van por el
reencuentro, claro
lo dijeron, por
eso
la aserción
talló la creencia y es posible
que ni una
intervención los regrese, quizás
intentar sea
esto
que están
haciendo
ahora que llegan
y abandonan
el esfuerzo de
traerse
entrar en ese
espacio desierto de la página en blanco como si fuera el cosmos helado, o sin
ir tan lejos, el océano, sin rastro, estar ido, perdido, escribir y así ir
siendo el que se va delimitando un nuevo espacio habitable, es una tarea
poética increíble, inventar ante la indiferencia de un exterior poco amigable,
sin condiciones para la existencia, quizá sea una de las maravillosas tareas de
la especie humana, aunque frágil, lo sabemos, en eso puede residir el arte, en recordarnos
esa condición y hacer algo al respecto, música en este caso:
de un almíbar
generoso
nacerán
vainillas, azúcares nuevos, es
este tropiezo una ofrenda.
A esta altura cabe
preguntarse:
¿dónde estamos cuando escribimos?
En el núcleo del
extravío, nos contesta al final, este enorme poeta, a quién se le agradece su respuesta.
Mauro Lo Coco, amigo,
escritor raro, como decía el mejicano Sergio Pitol, a propósito de ellos, son gente que sin saberlo son capaces de
marcarle la vida de varias maneras a sus lectores, para los cuales, y sin
saberlo, definitivamente escriben.
Carlos Martín Eguía
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