Daniela Pasik sobre La patada del chancho, de Horacio Fiebelkorn

Sobre La patada del chancho, de Horacio Fiebelkorn
zindo & gafuri, 2016



El humor en la poesía es algo que existe, históricamente, pero que de alguna forma se fue diluyendo. Ese juego, esa gracia, se perdió en el tiempo entre otras búsquedas y quedó escondido, un poco relegado. Tanto, que hoy resulta novedoso cuando sucede. Y no debería serlo, porque poesía y humor son, en muchos puntos, lo mismo. 


Isidoro Blaisten decía, y escribió, que el humor se parece a la poesía por su mecanismo, ya que es siempre, en esencia, una metáfora. Porque establece un nexo inesperado entre dos cosas aparentemente imposibles de comparar. Horacio Fiebelkorn juega a lo largo de su obra, en sus libros de poemas y en su prosa -pero también en sus post de Facebook y hasta en sus comentarios analógicos en los rincones (no tan) trasnochados de los (pocos) eventos sociales a los que asiste- a unir el humor con la poesía. A veces es sutil, otras bestial, pero siempre se devela algo si él lo narra.


La patada del chancho, como todos sus otros libros, está dividido en secciones. Este tiene seis. La primera se llama La máquina Markov y es un juego, literal. Son frases robadas en redes sociales con las que el autor construye poemas, enrarecidos y sorprendentes, pero sin perder nunca su voz. Y entonces por ejemplo resultan en maravillas como “Un zapato/ es un fenómeno/ de ocurrencia común/ entre amigos” o “Mario, en el derrumbe/ de tu idea” o “No saben ahora/ a dónde te mando/ un abrazo/ para evitar errores, por algo”. Entre otros hits. 


La segunda sección es otro tipo de divertimento. Se llama Cuca’s blues y es una oda, en cinco poemas, a la desidia de una casa o una vida invadida por cucarachas que (gran juego) nunca se nombran. La tercera parte es Patos trastornados, un ave torpe y nada grácil (“Nadie los piensa pájaros./ Y sin embargo qué vuelo/ el de los patos”) que suele poblar varios poemas de Horacio en general y que ahora, acá, aparecen en fragmentos de ideas como “pienso que nunca/ comí pato, nunca/ vi volar un pollo”. 

La pasión según puta, la cuarta parte del libro, es un poema largo atravesado de historia y sexo y no es gracioso, aunque no pierde su capacidad lúdica. La quinta sección se llama Cadena y ahí el disparate toma forma y fuerza, como una poesía barroca, pero actual, y pide que no se corte, que hagan 100 copias, que no lo abandonen, a riesgo de que se les sequen las bolas. La última parte, Dos ensayos, es como una charla sobre poesía, y literatura, y la palabra. Sin ánimo de spoilear, vale decir que el libro cierra con un poema que cierra con estos versos: “Voy a cerrar el poema/ y el libro/ para que no me espíen”.  Flor de juego. 

El humor y la poesía son maneras de ver el mundo. Formas corridas un poco del lugar evidente, que rascan el empapelado de las cosas para mostrar lo que hay debajo y desgarran, cuando funcionan, el velo de la belleza, de la estupidez humana, de la vida automatizada. El humor sirve, además, para destruir la pomposidad. Y la poesía siempre precisa cada tanto pasear por ese tipo de destrucción. En La patada del chancho hay juegos, chistes incluso, pero sobre todo hay un humor amargo, tan jocoso como bestial. Nada más lejos del chiste fácil, pisar la cascara de banana y risas. No.

Porque la poesía no sólo puede ser divertida, si no que a veces, realmente, debe serlo. Hace falta. Es necesario. Se agradece como lector ese sacudón que acomoda los melones en la carreta. Y no es fácil lograr ese mix preciso. Y ojo: no hay que confundir humor con alegría. Esa línea, Horacio la traza en este libro, en el que juega a una especie de mix entre el Poema al Pedo de Francisco de Quevedo y aquel “A los poetas risueños", de Rubén Darío.




Y eso es potente, como una patada de chancho, que es breve y concisa. No se refiere justo a eso el título, tan amenazante como gracioso, aunque también sí. El dicho, en realidad, es "Más corto que patada de chancho". Y el libro es breve, aunque no tanto. Y los poemas son cortos, aunque en realidad sería más preciso decir no tan largos. Y si la brevedad de un hecho se compara a la extensión de la patada del chancho, su uso en el libro va más allá. 

Fiebelkorn es el chancho, y la patada que arroja con sus poemas son un sacudón breve, pero bastante existencial, que pueden acertar, PUM, en el lector y, entre risas, hacerlo darse cuenta de la contundencia, estar divertido y de pronto notar que justo falta un poco el aire. Porque una patada de chancho, también, además de divertida de ver, debe ser dolorosa. 



Daniela Pasik

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