Prólogo
“no todos los días el mundo
se ordena en un poema”
(una poética en pedacitos de papel
que deberían haber terminado en la basura)
(una poética en pedacitos de papel
que deberían haber terminado en la basura)
En 1937 la biblioteca de la
Universidad de Buffalo le propuso conservar algunos de sus manuscritos, Wallace
Stevens rechazó la invitación con una breve nota: “Mi forma de escribir las
cosas es anotarlas en pedazos de papel y luego copiarlas y, finalmente,
tipearlas para la última versión. El resultado de esto es que el tipo de
manuscrito que uno ve ilustrado en los catálogos en mi caso no existe”.
Un año más tarde sin embargo
decide entregar sus notas de lo que después fue “El hombre de la guitarra
azul”, aclarando que “el manuscrito no debe ser copiado ni publicado de
ninguna forma, no son fragmentos de lo que después fue publicado. No estoy
intentando usar un lenguaje exacto, pero el sentido de lo que estoy intentando
decir es que este manuscrito, ahora que ha cumplido su función, debería
terminar en el cesto de la basura, y que no espero nada de él, como si, en
verdad, lo hubiera tirado a la basura, pero pueden guardarlo y mostrarlo a
cualquiera que tenga curiosidad por ese tipo de cosas: exhíbanlo sin darle otro
uso.”
En una carta de 1949
escribe: “creo que yo estaba en lo cierto cuando dije que quería que el
manuscrito fuera sólo algo así como una fi rma, eso era lo que se esperaba”.
La carta estaba dirigida a
Samuel French Morse quien, a pesar de conocer perfectamente el método de
trabajo de Stevens y su reparo a exhibir sus borradores, decide a su muerte, publicar
una selección de sus manuscritos bajo el título de Opus Posthumous.
Ensayos, textos para conferencias, poemas inéditos y en medio de todo eso la
transcripción de algunas partes de los tres cuadernos escritos entre 1937 y 1948
que Stevens tituló Adagia. Frases sueltas, sentencias, aforismos, reflexiones
muy breves en su mayor parte sobre poesía y que formaban parte de su material
de trabajo. Aunque algunas pocas veces fueron incorporadas literalmente o con mínimas
variaciones a sus ensayos y poemas, en la mayoría de los casos permanecieron
inéditas. Eran notas que sólo debían funcionar como posibles trayectorias,
orientaciones, principios a tener en cuenta en su escritura.
Acaso uno de los rasgos más
particulares de Stevens y que suele perderse de vista (oculto detrás de su
retraimiento de la vida pública y su biografía moderada y del todo anodina de
abogado y padre de familia) sea su insistencia en algunas pocas ideas que se
fueron repitiendo casi inmutables a lo largo de su vida y que conformaron el
núcleo de toda su poesía. En una entrada de su diario personal de 1902 anota
que desde hace muchos años -en ese entonces tenía 23- siente a la poesía como
una forma de orientar la fuerza religiosa del mundo, idea que va a repetir casi
40 años más tarde de muchas formas distintas en sus cuadernos.
“La poesía es una forma
de redención”.
otras formas, como, por
ejemplo, la forma de la poesía”.
“Cuando uno deja de creer en
dios, la poesía es aquello que
ocupa su lugar como forma de
redimir la vida”.
Ya en las anotaciones de esa
época puede rastrearse su fascinación por las sentencias y los aforismos. Desde
constantes citas y breves reflexiones sobre fragmentos de Pascal, La Rochefoucauld,
Leopardi o Schopenhauer hasta la confesión de que los proverbios de Erasmo de
Rotterdam eran la síntesis perfecta del tipo de escritura que perseguía. Todo
en Adagia, las ideas recurrentes sobre las que se mueve el pensamiento de
Stevens, su forma aforística, incluso su título -igual a como Erasmo había
titulado sus proverbios-, parece haber sido algo silenciosamente planeado mucho
tiempo antes, 20 años antes de publicar su primer libro por insistencia de
Marianne Moore y William Carlos Williams, y casi 40 años antes de que decidiera
empezar a esbozar en esos tres cuadernos sus ideas sobre la función de la
poesía.
Material de trabajo
descartable, no más que una huella que alguien deja haciendo lo que hace, fi
rma, autógrafo, pero al mismo tiempo esquirlas de una poética trabajada durante
toda una vida.
“Un poema es un meteoro”.
“Uno lee poesía con sus
nervios”.
“Lo real es sólo la base.
Pero es la base”.
“La lengua es un ojo”.
“Toda poesía es poesía
experimental”.
Fragmentos que a veces
intencionalmente parecen presentarse torpes, simples o superfi ciales, y que
consiguen pensar a la poesía de una forma aguda pero serena, con la misma
fuerza y suavidad con que a veces se consigue pensar el mundo desde una silla
al sol un domingo a la mañana.
Patricio Grinberg 2014
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