Patricio Grinberg sobre Adagia, de Wallace Stevens


Prólogo


“no todos los días el mundo se ordena en un poema” 
(una poética en pedacitos de papel
que deberían haber terminado 
en la basura)



En 1937 la biblioteca de la Universidad de Buffalo le propuso conservar algunos de sus manuscritos, Wallace Stevens rechazó la invitación con una breve nota: “Mi forma de escribir las cosas es anotarlas en pedazos de papel y luego copiarlas y, finalmente, tipearlas para la última versión. El resultado de esto es que el tipo de manuscrito que uno ve ilustrado en los catálogos en mi caso no existe”.
Un año más tarde sin embargo decide entregar sus notas de lo que después fue “El hombre de la guitarra azul”, aclarando que “el manuscrito no debe ser copiado ni publicado de ninguna forma, no son fragmentos de lo que después fue publicado. No estoy intentando usar un lenguaje exacto, pero el sentido de lo que estoy intentando decir es que este manuscrito, ahora que ha cumplido su función, debería terminar en el cesto de la basura, y que no espero nada de él, como si, en verdad, lo hubiera tirado a la basura, pero pueden guardarlo y mostrarlo a cualquiera que tenga curiosidad por ese tipo de cosas: exhíbanlo sin darle otro uso.”
En una carta de 1949 escribe: “creo que yo estaba en lo cierto cuando dije que quería que el manuscrito fuera sólo algo así como una fi rma, eso era lo que se esperaba”.
La carta estaba dirigida a Samuel French Morse quien, a pesar de conocer perfectamente el método de trabajo de Stevens y su reparo a exhibir sus borradores, decide a su muerte, publicar una selección de sus manuscritos bajo el título de Opus Posthumous. Ensayos, textos para conferencias, poemas inéditos y en medio de todo eso la transcripción de algunas partes de los tres cuadernos escritos entre 1937 y 1948 que Stevens tituló Adagia. Frases sueltas, sentencias, aforismos, reflexiones muy breves en su mayor parte sobre poesía y que formaban parte de su material de trabajo. Aunque algunas pocas veces fueron incorporadas literalmente o con mínimas variaciones a sus ensayos y poemas, en la mayoría de los casos permanecieron inéditas. Eran notas que sólo debían funcionar como posibles trayectorias, orientaciones, principios a tener en cuenta en su escritura.
Acaso uno de los rasgos más particulares de Stevens y que suele perderse de vista (oculto detrás de su retraimiento de la vida pública y su biografía moderada y del todo anodina de abogado y padre de familia) sea su insistencia en algunas pocas ideas que se fueron repitiendo casi inmutables a lo largo de su vida y que conformaron el núcleo de toda su poesía. En una entrada de su diario personal de 1902 anota que desde hace muchos años -en ese entonces tenía 23- siente a la poesía como una forma de orientar la fuerza religiosa del mundo, idea que va a repetir casi 40 años más tarde de muchas formas distintas en sus cuadernos.  
La poesía es una forma de redención”.
otras formas, como, por ejemplo, la forma de la poesía”.
“Cuando uno deja de creer en dios, la poesía es aquello que
ocupa su lugar como forma de redimir la vida”.
Ya en las anotaciones de esa época puede rastrearse su fascinación por las sentencias y los aforismos. Desde constantes citas y breves reflexiones sobre fragmentos de Pascal, La Rochefoucauld, Leopardi o Schopenhauer hasta la confesión de que los proverbios de Erasmo de Rotterdam eran la síntesis perfecta del tipo de escritura que perseguía. Todo en Adagia, las ideas recurrentes sobre las que se mueve el pensamiento de Stevens, su forma aforística, incluso su título -igual a como Erasmo había titulado sus proverbios-, parece haber sido algo silenciosamente planeado mucho tiempo antes, 20 años antes de publicar su primer libro por insistencia de Marianne Moore y William Carlos Williams, y casi 40 años antes de que decidiera empezar a esbozar en esos tres cuadernos sus ideas sobre la función de la poesía.
Material de trabajo descartable, no más que una huella que alguien deja haciendo lo que hace, fi rma, autógrafo, pero al mismo tiempo esquirlas de una poética trabajada durante toda una vida.
“Un poema es un meteoro”.
“Uno lee poesía con sus nervios”.
“Lo real es sólo la base. Pero es la base”.
“La lengua es un ojo”.
“Toda poesía es poesía experimental”.
Fragmentos que a veces intencionalmente parecen presentarse torpes, simples o superfi ciales, y que consiguen pensar a la poesía de una forma aguda pero serena, con la misma fuerza y suavidad con que a veces se consigue pensar el mundo desde una silla al sol un domingo a la mañana.


Patricio Grinberg 2014







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