Sobre La dura materia del pensamiento, de Liliana Garcia Carril
zindo & gafuri, 2015
La dura materia del pensamiento y su sistema
recursivo. Hay un vaso, una cocina vacía, un balcón y una gata que va y viene
por los días. Hay una mujer que mira y decide allí construir un universo. Y lo
hace, casi, como si siguiera al pie de la letra el consejo del cuento de Carson
Mac Culler, ese donde un hombre que acaba de perder a su amor afirma que antes
de amar a una persona hay que empezar por cosas más pequeñas: cuidar de una
piedra, de un árbol.
Poemas moldeados con
materias concretas: papas, caldos, agua en ebullición. Sin embargo, entrás a
ellos como quien baja del mismo colectivo que cada tarde lo traslada pero esta
vez, pone el pie en la vereda y no reconoce el lugar, la dirección, el sentido
del traslado. Y así sucede el vértigo. Una y otra vez al leer este libro, pasa
eso: vivenciás un mecanismo que intenta dar sentido a un universo que se niega
a las certidumbres del sentido. Lo real se desdice y exige del poema una
voluntad que termina siendo un mecanismo de fe: dioses a los que podríamos pedirles algo.
Leo estos poemas y
aparece un “yo” que es una “ella”. Fundante, se para en el corazón vacío de esa
cocina, mira y toma la palabra -como si tomara una ducha o un vaso de agua- de
esta manera la voz de la dura materia del
pensamiento, levanta un espacio que la contenga. Pocos elementos: palabras,
miradas, ideas. Vuelve una y otra vez sobre ellos, en una forma de volver sobre
sí misma: materia dura, hueso duro de roer, un yo que mira de frente su propio
campo experimental y lo enfrenta. La realidad se trastoca, incómoda, como ese
pensamiento que se construye sobre palabras y en un instante es sensación que
desborda. “Lamerse las heridas o lamer el yo de la contemplación”: reconocerse
perdida en la misma pérdida de la cocina vacía.
Así, el poema se abre
y se cierra sobre sí mismo en el artificio del distanciamiento que la voz
sostiene contra viento y marea. “A veces, tengo un día…” Se confiesa e
inmediatamente ese día se acredita. No se lo tiene como a un gato, aunque ese
día “sabe durar más” que una o casi, ser “más real que yo misma”.
Entre la distancia y
la extrema cercanía, con un pie sobre la entrega que se detiene en la música
del viento por el plátano y “trata de imaginar la dicha del percusionista” y el
otro en la atención que “vigila el sueño de los que se rinden/de los que ceden,
de los que se entregan /a soñar que sueñan que duermen.”
Irreverente, esta voz
reina: se burla de ella y de sus pesares, se ríe de los días que se creen
capaces de librarse de ella, se atreve a mostrar su obsesión y la transforma en
poema. Así por momentos puro brillo que toma el vacío entre el balcón y la
caída a la vereda.
Esa clase de
intensidad logra La dura materia del pensamiento
que Liliana aquí nos entrega, entre el desparpajo y la precisión de un
mecanismo de relojería. En su loco girar, se arriesga y se atreve a afirmar: “Doy vueltas por la casa
como si pudiera
vigilar el curso
de su tránsito
oscuro, quisiera
una revelación
razonable,
argumentos que
convenzan
de la virtud de vivir
con los pies en la
Tierra.”
Y “La dura materia
del pensamiento” afirma que los únicos argumentos válidos se erigen ahí donde
la palabra se toma y se hace poema. Celebremos entonces la aparición de este
libro, el tiempo en que consolidó y el lugar que se hizo. Celebremos la
posibilidad de leerlo y entrar en su universo, su emoción contenida que
interpela una realidad que se nos resiste, un sentido donde “flotan fragmentos
/ que pudieran ser pistas /para construir /los días que vendrán.”
Andi Nachon
Noviembre, 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario