La música que surge de una rotación insistente
Sobre Canódromo, de Bárbara Belloc
zindo & gafuri, 2015
Primero una aclaración: lo que voy a leer no es un texto crítico ni un análisis
estilístico del libro que estamos presentando. Si bien el libro se merece un estudio
de esas características, no soy yo quien lo va a hacer y tal vez este no es el
espacio para hacerlo. Lo de hoy tiene más bien un carácter celebrativo y de
reunión, y a eso correspondo. A veces nos pasa que, después de leer un libro de
poesía que nos gustó, empezamos a sentir una reverberación. Percibimos unos
destellos que salen de las páginas que nos han cautivado, casi como fantasmas.
Esto suena un poco místico, pero he llegado a pensar que con esas estelas difusas
es que se mantiene viva la escritura. Absorbemos esa energía y nos ponemos a
escribir. Son los sedimentos que van dejando las lecturas. Esto más o menos se
sabe, o se intuye. Lo que quiero decir es que estas notas breves, lo que voy a leer
ahora, son un texto-homenaje a estos poemas de Bárbara, un intento de diálogo
con su libro Canódromo. También podríamos decir que son unas impresiones a flor
de piel después de leerlo.
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El ser humano tiene una capacidad sorprendente para adaptarse a la uniformidad,
a lo común, a lo normal. La comodidad nos vuelve, irremediablemente, animales
gregarios. Y es algo que nos pasa incluso como lectores de poesía: un habituarse
a ciertas voces, estéticas o afinidades. A veces nos quedamos demasiado
relajados en nuestro sillón gastado de lo comprensible. Sin embargo, cada tanto
cae en nuestras manos un objeto insólito que nos produce un remezón. Mejor
dicho, un no-objeto. Un artefacto singular que nos recuerda que siempre hay
formas distintas de hacer las cosas. Una incisión en la manera de ver. Es lo que
me pasó con Canódromo. Es el paso del cometa que nos dejó deslumbrados. Rara
avis: este libro nos cuestiona y nos marca nuevos desvíos en el territorio de la
poesía que tal vez solemos leer con más frecuencia. Digámoslo también de esta
forma: es un texto extraño y hermoso. Y mejor aún: un libro contundente en su
construcción conceptual y a la vez poliédrica. Un libro en el que, conforme
avanzamos en su lectura, se van desplegando capas y capas de sentido. Como
abrir un frasco con una sustancia poderosa y altamente concentrada. La densidad
que hay en sus páginas exige un lector atento y entregado a una atmósfera
inexplicable, por momentos opresiva. Canódromo es la definición exacta de lo que
vamos a encontrar en su interior. Ahí todo es energía, movimiento y fuerza
muscular. Pero también es tensión, desgaste y desolación. En ese terreno de
corrientes circulares se mueve Belloc y, como en aquellos experimentos
cronofotográficos en la Estación Fisiológica de Jules Marey, ella propone su
particular e inquietante zoología animada: osos, ciervos, liebres, medusas, ratones
y perros. Sobre todo perros. Belloc se sirve de esta fauna para crear una serie de
alusiones sobre ciertos estados de fragilidad, dominación, atadura, castigo y
desasosiego. Un antropomorfismo lento y desconcertante en el que, por así
decirlo, empiezan a doler los huesos. Por otro lado, el tema de la muerte también
entra como un torbellino en estas páginas y forma un centrifugado que no se agota
y se expande: la historia del cazador Acteón rodeado y devorado por una jauría de
perros, la de un veterano de la guerra en el Golfo que ha visto demasiada
destrucción, la jauría predadora en una tragedia de Ovidio, el círculo cántabro que
se vislumbra alrededor de una paseadora de perros. Estos son solo algunos
ejemplos de referencias a mitos e historias que hablan de guerras, canibalismo,
antropofagia y muchas otras formas de entregar o tomar el cuerpo. En ese sentido,
Belloc logra ir más allá de la operación alegórica. Estos animales, con su
locomoción, con su no-lenguaje y con sus posturas orgánicas, empiezan a producir
un extrañamiento en nuestra relación con las palabras, el cuerpo y los modos de
mirar (que podría ser la función de la poesía misma, ¿no?, este extrañamiento
animal, más salvaje). En su carrera desenfrenada nos llevan, o nos empujan, hacia
zonas donde el lenguaje tiende a desarticularse, hasta que solo quedan unos
puntos suspensivos en la página, quizá otra vez la muerte, la imposibilidad de
nombrar las cosas. Nos recuerdan que la poesía es ante todo balbuceo, murmullo,
incluso ladrido. Las referencias mitológicas e iconográficas que abundan en estos
poemas son piezas precisas dentro de sus engranajes. Es decir, hay un equilibrio
entre la erudición y la observación cotidiana o autorreferencial. Una comunión
cristalina, y bien lograda, entre la materia intertextual y la reflexión. De ahí, por
ejemplo, que el perro que todos hemos visto –parafraseando uno de sus poemas–
se persigue la cola y nos muestra el ouroboros mítico que fue, que es, que podría
ser. Ese movimiento del perro, un giro sobre su propio eje, un impulso misterioso y
acaso ancestral, es la operación sutil que articula al libro y que lo define como un
sistema inagotable de transmisiones cíclicas. Es decir, un diálogo permanente
entre el presente y el pasado. Un puente. Un circuito. Un bucle. Una constelación.
Estos textos nos recuerdan que todo lo que vemos y con lo que nos relacionamos
tiene una resonancia lejana y soterrada. Son poemas que fluyen en un vaivén
hipnótico y lleno de encantamientos. Poemas que tratan de morderse la cola: nido,
falda de derviche, tornado, campana, anillo, anillo dentro de un anillo, cinturón,
cosmos, liana, canódromo. Una rotación insistente que nos obliga a escuchar la
canción de cuna que suena debajo de estas palabras. Como el ruido de la aguja
sobre los surcos de un acetato. Como el coro espontáneo de 200 perros ladrando
en la noche. Como un canto fúnebre. Después silencio. Tabula rasa. Porque hay
que aprender de nuevo un lenguaje y hay que inventar un nuevo sistema de
códigos en nuestra caverna solitaria. Crear, se sabe, es ante todo destruir. Es
reelaborar. Es deglución. En fin, aquello de hacer cosas nuevas con cosas viejas.
Es volver a frotar un palo en círculos para que aparezca el fuego, el origen, lo
esencial. Y después: ¿qué sabemos? ¿Qué sabemos de esa quema, que fue
copiosa y dio luz y dio calor suficiente hasta que se encendiera el nuevo amanecer,
que en comparación se veía anémico?
26-11-2015
Jeymer Gamboa
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