Mercedes Mac Donnell sobre No hay más, de Karmelo Iribarren


Still Life In Donostia
Sobre No hay más, de Karmelo Iribarren
zindo & gafuri, 2014





“Still life”, literalmente: vida detenida, es la expresión en inglés que se utiliza para referir a las naturalezas muertas o bodegones, esas pinturas que muestran composiciones de frutas maduras, vajilla, botellas, flores, peces y presas de caza, todo armoniosamente dispuesto sobre una mesa. Resulta sugestivo pensar la poesía de Karmelo Iribarren desde esta perspectiva pictórica. Porque como las imágenes de esos bodegones, sus poemas no buscan sorprender, ni siquiera se diría que pretenden agradar o interesar.

Representan situaciones de la vida cotidiana y doméstica. Son por lo general breves, claros, concretos como un pedazo de pan o como un vaso de agua. Lo que cuentan en líneas generales ya lo conocemos y sus escenarios, inevitablemente urbanos, nos resultan familiares, ajenos a lo críptico, de ningún modo enigmáticos. Hablan del amor, de la muerte, del paso del tiempo, de la nitidez insuperable que ofrece el alcohol para permitir observar el mundo como si uno no estuviera ahí, como si la desesperación fuese de otro. Y lo hacen de modo ciertamente confesional, a veces con ironía, otras veces con rabia, sin metáforas, sin rebuscamientos, sin otros recursos que las mismas palabras que utiliza. Lo que cuenta siempre es el del orden de lo sentimental, pero sin dramatismo y con un gesto notoriamente anti-lírico. Son poemas que se presentan a veces envalentonados por su propia pequeñez, otras veces aplastados bajo el peso de las palabras; poemas que hablan de una noche malgastada y triste, de una vida deslucida, poemas que parecen escritos por nadie, para nada, en cualquier lugar. Ni escuchándolos al revés podría encontrarse un mensaje distinto a lo que está escrito.

Cada poema de Iribarren se planta frente al lector y lo interpela del mismo modo que lo hace una manzana sobre una mesa.  Mostrándose simplemente. Con su vida detenida. Con la luz justa. No siendo más que lo que es: un paraguas que ya no puede más, una mirada que parece un cine cerrado, un hombre impávido ante el recuerdo de su padre muerto, una mujer que parece única, con la que podría llegar a pasar de todo y que al final no pasa nada. Sin embargo, en cada poema aparece la voz del poeta. Y ahí el poema se hace verdad, se hace real. Como cuando el poeta escribe: Esta noche el abismo entre mi soledad/ y lo que le importa al mundo/ va camino/ de convertirse en legendario, ahí encontramos al poeta. Poniendo palabras a las cosas. Volviendo a nombrar lo sucedido. Aburrido. Lúcido. Tan amargado que da gracia. Como si fuera una piedra arrojada en el fondo de un pozo. Reconstruyendo una y otra vez una escena, para llegar a la misma conclusión: No hay más. Corroborando que al final nada vale la pena. Así de cómico/Y así de trágico.

Con torpeza intelectual, con la maldad del cazador de mariposas, con la indisimulada pasión por justificar su rol en el universo literario, la poesía de este español nacido en 1959 en San Sebastián es definida una y otra vez por la crítica literaria de su país como “realista” y “minimalista”, e incluso hubo quien inventó una nueva categoría: “realismo limpio”, todos conceptos que desde entonces persiguen a Iribarren como una sombra.  Todas maneras, también, de  no querer advertir que su poesía se ríe a carcajadas de esas clasificaciones,  elude cualquier borde resbaladizo, desprecia la tentativa de buscar un sentido trascendente en la forma y decididamente tiene la voluntad de no abstraer de la experiencia nada que no esté prístino en las palabras que utiliza para contarlo. De todos modos, no importa.


Porque lo que importa es que el poeta, con auténtico optimismo nihilista, con la maestría que da la honestidad mantenida en el tiempo, continúa escribiendo. Y eso es una forma de felicidad que sin dudas su poesía transmite a sus lectores.  


Mercedes Mac Donnell (2015)





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