Sobre La dura materia del pensamiento, de Liliana García Carrill
zindo & gafuri, 2015
El epígrafe de
Lorenzo García Vega: El texto llega a
tener razones que el realismo no entiende, pone de relieve que la poética
de García Carril no se termina en el realismo,
sino que lo toma como punto de partida para ganar altura y respirar en
las azoteas de otros mundos posibles, pero siempre afincada en el edificio del
texto para establecer una minuciosa lírica de la observación.
En la primera parte
del libro los poemas hacen un tour de
force, una tentativa por agotar un tópico; pero no a la manera de Perec
–que roza la impersonalidad del catálogo o inventario- sino poniendo a jugar
una subjetividad que indaga y se pregunta. Una tensión entre sujeto y objeto
que establece una dinámica administrada prosódicamente por un ritmo de
estudiada naturalidad. Si en Perec era la plaza de Saint-Sulpice, en García
Carril es la cocina de la casa el topos donde yace el yo poético.
Ya en La mujer de al lado, Bajo la luna 2004,
se preanunciaba a la cocina como espacio poético y al agua como su disolvente: en la cocina / el porvenir es posible/
probables la boca/ y la vaga idea de ser alimento/ ser el jugo de una fruta,/
no dulce sino líquido, / no la fruta sino el carozo / al que se llega sin
hambre/ pero con enjundioso placer / ser un carozo y terminar/ en las raíces de
tu árbol/ o en una maceta, /incluso en un vaso / con agua estaría bien.
El humor negro
redime aquellas zonas del texto donde intenta aflorar el sentimiento la
cocina es realismo limpio /por el momento / hervir, saltear, adobar / freír,
derramarse la leche y no / ensuciarlo todo con lágrimas.
El tiempo se mide
por la caída de los pétalos de la rosa; se marca el territorio con el metrónomo
botánico: rosa enferma en el florero soy
/ la misma cosa que cae / sin la gracia de los pétalos/ lento / el día / sabe /
durar más. También se mide el tiempo
con el hervor de un huevo duro diez minutos / para un huevo duro / después
me siento / y no lo como / lo miro / se puede ver la consistencia / del tiempo.
El realismo de la
soledad campea a lo largo de todo el libro bajo diferentes modalidades. Como
destino es la cocina de la escritura: Escribo
sola en la cocina / creía que escribía sola / creía que escribir era sola / que
la soledad era / estar sola en la cocina escribiendo; como lugar es lo recóndito de toda
subjetividad puedo terminar doblada y
guardada / entre las prendas más íntimas.
El agua y el miedo,
los dos materiales que corroen las cosas
tienen un protagonismo excluyente en este libro. No sólo por su vitriólico poder,
sino que también son agentes para la transformación, como acertadamente nos
recuerda la cita de Louise Bourgeois que da comienzo a la segunda parte del
libro Sin un poco de miedo no se hubiera
hecho nada en el mundo.
Para pensar se
requiere silencio, pero no cualquier silencio sino uno de escala planetaria. No
es suficiente el acotado espacio de la cocina, ni siquiera el de la casa, ni el
de la ciudad. Deben acallarse todas las voces, incluida la pesada voz de Dios
para que pueda existir la dura materia del pensamiento: La conversación no admite esos preámbulos en grises/ y quedamos
en silencio, un silencio planetario/ hecho, parece, de la dura materia del
pensamiento.
En este aparente
escenario objetivo, y tal como Anne Carson nos advirtiera: De qué sirve un relato/ si no tiene dragones venenosos, se presiente lo maravilloso, lo fuera de lo
común: Abro los ojos, ahora es un collage
armado con pedazos / de metales de tierras increíbles: / óxidos con nombres que
suenan a dioses griegos / a los que se pudiera acudir.
El tema del alimento, ya está presente en su libro
anterior: La paciencia, Bajo la luna
2009. Remedando el título del célebre poema de James Laughlin (The Care and
Feeding of a Poet); García Carril nos dice: Cuidar y alimentar a otra poeta /Estoy de vacaciones con una gran poeta. / Será
lo nutritivo de la conversación / lo que me hace aumentar de peso. / Noto que
la gran poeta / no sufre del horror de la página en blanco / sino del vacío de
la heladera, / la incertidumbre de qué comeremos / las cinco noches que nos
quedan.
En La
dura materia del pensamiento el alimento pasa a ser una obligación, un
mandato: pero hay que alimentarse /
atenerse a la ebullición de ese caldo / donde flotan fragmentos / que pudieran
ser pistas / para construir / los días que vendrán. También la acción de
alimentarse deviene un rito de pasaje de aquello que paradójicamente no pasa ni
se digiere, ya sea el alimento o su sucedáneo: la palabra: Pero una feta de salmón entre dos panes/ no es consuelo/ apenas te
entretiene la boca / y entre dientes pensás / lo
indigerible: Esa palabra que dice mal / y no parece traer bien alguno/ no.
Este potente y
ajustadísimo libro de García Carril cumple con aquello que Gabriela Milone, en
su libro Luz de labio, expresara de
manera ejemplar: Ahí, entre la cosas y el
pensamiento, entre la palabra y el mundo, entre la distinción y la intimidad,
entre el es y el hay, entre el mostrar y el decir, la poesía parece ser algo;
acaso, simplemente, un umbral, una zona adentro-afuera que no se resigna a la
imposibilidad de nombrar desde la convicción de que palabra y mundo se han
disociado irreversiblemente, ni cae en la creencia del nombrar absoluto
apelando a cierto principio de plenitud requerido para la palabra poética. Ni
inefabilidad ni metalenguaje: la poesía parece ser algo que, aferrándose a la
potencia tautológica del habla como habla, al ser de la palabra, al estado
bruto del lenguaje, expone su dureza de piedra, su corazón de pensamiento-lenguaje,
siendo ese umbral donde se sabe, no qué son las cosas, sino que las cosas, como
afirma Agamben (1989: 112), “son, simplemente, maravillosamente,
inalcanzablemente”.
Efectivamente, la
fuerza del lenguaje estira sus implicancias aparentemente objetivas para censar
los objetos, las cosas que son obedientes
y serviles. Para ello García Carril se sirve de un lenguaje sin opacidades,
con muy pocos adjetivos y cortes de versos precisos.
Hay un más allá al
que preguntarle, funcionando como la Bocca
della Veritá de un realismo expandido; pero a diferencia de la célebre
máscara de mármol romana aquí nadie pierde la mano porque el pensamiento y su
dura materia son los guardianes de la verdad del texto.
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