María Rosa Maldonado sobre Mi sabiduría es arruinarla, de Mauro Lo Coco

Una poética del antihéroe
Sobre Mi sabiduría es arruinarla, de Mauro Lo Coco
zindo & gafuri, 2016




     El protagonista de mi sabiduría es arruinarla, hermano de sangre de Mauro Lo Coco, el poeta, y de todos los protagonistas de sus libros anteriores, no va a subirse a una nave en busca del vellocino de oro, ni entrará en el laberinto para luchar con el minotauro, queda claro: no es un héroe. No pretende salvar al mundo. Su estirpe es más cercana a esos Villon de la palabra, para los que la poesía es la tabla que les ayuda a "surfear el desastre... a hacer payasadas sobre una ola que igual, más tarde o más temprano, se te va a caer encima". No hay salida, con el tiempo todos seremos ese ahorcado que se balancea en el viento.

     El héroe es alguien que ha entregado su vida a algo muy superior a él mismo, en beneficio de los valores culturalmente instituidos. El antihéroe, por su parte, tiene un comportamiento contrapuesto a los códigos que propone el statu quo. Puede mostrarse muy inteligente, enajenado, cruel, desagradable, pasivo, o simplemente ordinario, pero siempre es un personaje que vive bajo la guía de su propio criterio moral, esforzándose por definir y construir sus valores, inversos a aquellos reconocidos por la sociedad en la que vive.

     Y la sociedad, el sistema, es el salvaje territorio donde la mentira y el poder económico son los que manejan la batuta. Tienen la sartén por el mango...

   El poeta interpreta e interpela al mundo a través de un yo desajustado, que, consecuentemente, es el resultado del desajuste del mundo. Y este mundo merece la destrucción. El fin del mundo, las profecías que lo vaticinan, se presentan en este poemario como una idea deseable.

     El mundo merece ser arruinado. En eso consiste la sabiduría a la que alude el título.

     Dice Mauro en una entrevista:

     "...Vengo de la clase baja, o clase media baja, según quien la defina. El hecho es que viniendo de ese mundo, te acostumbrás a que nada te corresponde, de modo que nada exigís. No me gusta la protesta, me gusta la acción. Para ser más preciso, me gusta la acción destructiva".

     Y en el poema turba el fuego deprava, leemos:

                             "hay que prender fuego el tren
     y sentirse bien en el papel de arruinar el mundo"

     Su condición le da una perspectiva distinta a la de los héroes y villanos; puede decirse que el antihéroe vive en una zona gris. Pertenece al paisaje urbano y así se presenta cada día ante nosotros, como la identificable -y en cierto modo desvanecida- sucesión de calles y edificios, árboles, puentes, trenes y personajes de "el barrio". Su barrio. El lugar originario del cual nuestro poeta decidió (conscientemente o no) no salir, no desterritorizar su lenguaje. Y no salir significa seguir siendo y hablando como un personaje más de esa zona desacomodada pero cordial, o sea, cercana al corazón.

                                "todo sigue igual /
     en la misma esquina siempre es como siempre"

     Como el de Sísifo, todo quehacer es un trabajo inútil. Solo queda dormir el sueño de lo cotidiano. Ser el antihéroe de la historia. Sin embargo, la cita de Shir Hashirim "yo duermo, pero mi corazón está despierto", nos advierte que hay una conciencia que aun presenta batalla, que todavía, aunque sea inútil, empuja su piedra hacia la cima. Sigue escribiendo el poema, sabiendo que está destinado al fracaso. 

"por amor a la vida
combato la quietud del ahora
ya sé que es mentira
pero me tiene entretenido
por lo menos estos días"

     "No hay amor de vivir sin desesperación de vivir", afirma Albert Camús (El extranjero también es un hombre gris. No pretende dejar de serlo) y esto, en el caso de Mauro, el Mauro de mi sabiduría es arruinarla, parece llevar hacia una experiencia angustiada ante el orden coercitivo del sistema que provoca un sentimiento de exclusión y de conciencia parasitaria. No puedo cambiar nada, el poder es inmenso y yo no soy nada. El sistema, inquebrantable, cierra el mundo por los cuatro costados, lo clausura. Esa clausura es tal que deja una sola salida: el desinterés absoluto en el que cae el yo y con él el mundo. Otra apariencia. Otra dialéctica de la desesperación que el rebelde oculta tras la ironía, el desenfado o la apatía.

"godt
bien
good
iyi
alé
todo se entiende
porque todo es igual"

     Encontramos, aquí y allá, un pesimismo muy discepoliano. Muy Cambalache. Muy Gira, gira. El barrio sigue imponiendo sus músicas y discursos. El barrio, esa zona apestada en la que el personaje de estos poemas decidió permanecer. Por fidelidad a si mismo?, por remembranza del paraíso en el que vivió una vez y luego perdió, como se pierde todo paraíso? Por amor a sus hermanos de calamidad? Por inercia? A partir de ahí, él es el apestado, porque el que permanece en la ciudad apestada es virtualmente un apestado que sobrelleva la conciencia lúcida de que cualquier peste es un subgénero de la peste mayor, de la cual nadie escapa: la muerte. Somos los efímeros. Y en los poemas aparece -sin estruendos ni cualidades dramáticas- el grito contra la finitud. El recuento de los muertos: "muertos de moda", "la lista de muertos", "la rachita de los muertos", "otros amigos muertos", "muerte o matadero", "contra las muertes familiares", "las causas de la muerte", "la muerte es tu ley". Y la gran pregunta: "por qué le tocó una muerte tan/ insulsa justo a él/ que fue nuestro héroe".
Finalmente, hasta los héroes mueren. Y mueren de cualquier muerte.

"El destino de todo siempre es bajo tierra". Dice Mauro Lo Coco en una entrevista.

     Lirismo de la decepción. Lirismo del desencanto. En los poemas de Mauro siempre hay un yo presente y vigoroso, con sus emociones e incluso su nihilismo un tanto indiferente, como tomando distancia, como mirándolo de reojo, pero también conteniendo cierta ternura furtiva hacia sí mismo, la familia, los compañeros de destino. Las suyas no son burlas crueles, son apenas la expresión de una tristeza perdida.

"... la nostalgia de un dolor
que es ordinario, quedó lejos
       y me hace tanta falta"

     El escepticismo se profundiza en referencia al lenguaje, a la capacidad de éste para revelar lo verdadero. Si hay una verdad, indefectiblemente está más allá -o más acá- del lenguaje.

"te vas a acostumbrar
a demorar las acciones en los verbos, todas torpes
las pretensiones de significar"

Pero:
"... con axiomas rumiantes se forjará
el lazo de sangre"

     Mauro declara en relación a su libro 18 Éxitos para el Verano: "No le tengo ninguna fe al lenguaje, me encantan sus derrotas. Esas son las aventuras del libro, la experiencia del hombre abatido por un lenguaje que no puede significar su experiencia... Hablar es comprobar que con el lenguaje no se puede".

    O sea, hablar siempre es fracasar, pero a Mauro le encantan estas derrotas. Son las que impiden que el deseo se agote. Sin derrotas, para qué seguir escribiendo? Ya tendríamos el poema perfecto, la palabra que lo contiene todo. Sin deseo, para qué seguir viviendo? Ya estaríamos cumplidos. Terminados. 

    Los poemas de mi sabiduría es arruinarla, al igual que los de los libros anteriores de Mauro, parecen revelarnos su contenido por completo, no tener nada que esconder. No están girados hacia una intimidad velada. No insinúan guardar un significado profundo. No hay metáforas que deban ser interpretadas, develadas, extrayendo de ellas un sentido otro del enunciado de los sintagmas.

   Pero este lenguaje superficial o llano, esta lengua coloquial, no es ausencia de interioridad. En realidad todo es interioridad. Todo es yo, en la medida en que el yo es la construcción resultante de la acción del mundo. Allí es donde hacen su mejor trabajo los silencios, en juego con el contexto que les atribuye un sentido que niega y supera la significación convencional.

     "los silencios son la herramienta de trabajo para que el poema vaya adquiriendo nitidez sonora", dice el autor. 

     Y es también partir de esos pliegues donde la voz desaparece, que el poema apunta directamente a la esencia pre-simbólica del ser, muestra su impotencia como lenguaje y propone otra lectura. La "poiesis" de mi sabiduría es arruinarla está totalmente alejada del pensamiento discursivo. No sirve una lectura desde la lógica ni desde el lenguaje comunicacional al que parece ajustarse. 

     Los silencios des-limitan la comunicación de las experiencias del que escribe, abriéndole al lector los otros canales de acceso al qué del poema. Ellos traen:

"música de los días sentados en las vías
acordes de la limitación
el tren que pasa
ahí va
-no hay que hablar
llamado por un grito el cuerpo
se recrea en otro silencio"



María Rosa Maldonado 







No hay comentarios:

Publicar un comentario