Sobre La patada del chancho, de Horacio Fiebelkorn
zindo & gafuri 2016
Mark Strand dice en
“Nuevo manual de Poesía” que “si un hombre entiende un poema tendrá problemas”.
Confieso que después de leer el primer poema largo de “La patada del chancho”,
no los tuve. A mi modo de ver, arranqué perfecto. Lo bueno de no entender, además
de que uno no suma problemas a los que ya tiene por el solo hecho de existir,
es que quedás como suspendido en el aire, sin apoyo, sin fundamento necesario,
lo repito, ni siquiera tenés un problema al cual darle solución y esto es más
inquietante aun.
No hay nada que
entender.
Así funciona la
poesía que me gusta, derrapás y la baranda más cercana para asirse es el sinsentido, pero es en ese vórtice
donde tu imaginación se activa. Esta antesala me sirvió luego para continuar la
lectura de los otros 5 poemas también largos que componen este libro.
Con la imaginación
disparada, el tono mental es el ideal para leer poemas. Retorno al primero
llamado “La máquina de Markov”, a una suerte de prefacio donde el poeta
reflexiona sobre la forma que se generó para componerlo y crear su
Frankenstein, que como él mismo reconoce de entrada, podrá volverse pronto en
contra y entonces deberá dedicarse a escapar ya que ni siquiera sabe si podrá
leerlo en voz alta para en cierta forma dominarlo.
Esperemos que se
anime.
Resulta que este
monstruo patea el tablero de entrada, aparentemente se va de cauce y de causa,
rompe con todo, la herramienta con la que su mentor eligió crearlo es un
dispositivo en la red que genera frases a partir de textos escritos, la
tecnología interviene también en la composición, el algoritmo ordena, y Horacio
re ordena, vuelve a componer. Las operaciones de armado que inicia y pone a
funcionar de nuevo a través del verso disuelven los límites del sentido
ordinario, de las lógicas gastadas, liberan la fuerza poética, ya que
quien ejecuta este procedimiento
finalmente no es el algoritmo ni un filosofo analítico que hace juegos de
lenguaje, sino un poeta que juega con el azar y diluye los referentes. Es así que
la nueva disposición, la nueva combinatoria, pasada por el tamiz del oído y la
visión del poeta, Horacín, como lo bauticé hace rato, quizá para diferenciarlo
un poco del clásico latino, crean un mundo distinto, desde luego incómodo para
la razón, un malestar conceptual se genera, una especie de absurdo, algo está
pasando y no sabemos qué. La única forma de progresar es rítmica, pasar de un
verso a otro fijando vértigos como decía Rimbaud. El lector se desacomoda y
libera a la vez, pero el poeta, emulando la patada del animal, cuando compuso la
hizo corta, creó líneas en breve vibración. Dice el poeta:
La mugre
de
alguna cosa
es esta
calesita
medio
incomprensible.
Quizá entonces por
ahí va el asunto, no es vacío, puro juego de lenguaje, sino entrada de una
creatividad emocional que desestructura
un mundo conocido para emprenderla con la exploración.
En ese espacio de
dimensiones múltiples que se presta mal al conformismo, el vuelo imaginativo
encuentra su atmósfera. Como si el tiempo absoluto de Newton se descompusiera
en el tiempo relativo, deja de existir la secuencia en la que creemos vivir, es
decir, pasado, presente, futuro. El pasado puede estar delante de nuestros
ojos, el futuro atrás, algo así. Sí, el autor de este poema tiene razón, se
trata de un monstruo, pero sin duda encantador.
Después de esto el
libro continúa, pega otro salto, abandona al Frankenstein que queda solitario,
sin esperar otro lector, sabe que vendrán por él, de todas maneras no le
importa demasiado si no ocurre, persistirá allí, en el ámbito del poema, donde
lo primero que se infringió es el sentido común.
Para esto nosotros,
que acabamos de abandonarlo, ya estamos adentro de lo que sigue: un blues a las
cucarachas. Con “Cuca´s blues” caemos a la música en un fluir al ras, en una
proliferación que invade el espacio, donde el humor y la sordidez sintonizan
otras poéticas con las que dialoga Fiebelkorn y con las que, en conjunto, creo
que forman una constelación que sigue emanando luz. Con esto quiero decir que
esa vía no esta cerrada, sigue pulsando. Esas poéticas compañeras son: de la
década del 20, la de Nicolás Olivari, y la contemporánea de Alejandro Rubio.
Sigue “Patos
trastornados”, les diría que es mi preferido, junto al que cierra el libro,
titulado “Dos ensayos”. Se preguntarán por qué me gustan tanto más que los
otros. Bien, es que me encantan y punto. Esto ya es motivo suficiente para mi,
no tengo ganas de explicarme ni explicar a nadie el por qué. Ustedes cuando lo
lean tendrán la oportunidad de coincidir o pensar diferente.
Con el poema
“Cadena” ocurre algo muy novedoso, el lector desde los primeros versos queda
atrapado en su caudal, se convierte en personaje, si se deja fluir con el
sentimiento que va encumbrando al poema tendrá un final feliz, si quiere
rajarse le sucederán toda suerte de desgracias, varias de las cuales son
expresadas en algunos versos sin rodeo ni circunloquio. Ustedes vean qué hacen,
yo fluí hasta el punto final, tenia el protagónico, como lo tendrá, por otra
parte, cada lector que entre con él a escena, y junto al papel, claro, la
oportunidad de elegir entre las dos opciones.
Bueno, ya cerrando,
“La patada del chancho” es un libro que nos abre la oportunidad, como toda la
poesía de calidad, de escuchar, de atender una voz, ingresando a su dimensión
estética entendida como la tonalidad intensa del pensamiento y la emoción, una
vez adentro no queda otra que avanzar tratando de alcanzar esa autonomía que
propone el arte original.
Basta una muestra
de “Dos ensayos” para oír la musicalidad del verso y su potencia evocadora.
Dice el poeta:
Cada cosa es lo que
la cosa trae
con ella. Cada cosa
es la suma de
cada cosa. La sombra de
la carga: su peso.
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